SANTOS: NATURAL – MENTE ECOCIDA Y VIOLADOR CONSTITUCIONAL
Por Gabriel Latorre Carvajal
El talante ecocida de la locomotora minero-energética al mando del presidente Juan Manuel Santos, no tiene límites. Mientras la comunidad de Tauramena (Casanare), se convoca en defensa de sus estrellas hídricas y en ejemplar consulta popular, 4.200 ciudadanos deciden parar la avanzada de los proyectos de exploración petrolera en su territorio, el presidente declara que “estas consultas son ilegales y no tienen ningún efecto legal” (El Espectador 22 de Diciembre de 2013).
Señor Presidente, ¿dónde quedan los esfuerzos ciudadanos por desarrollar modelos y prácticas de la normatividad constitucional, rectora del estado social de derecho, si la carta que usted aplica permanece tal como la dejó su antiguo socio, en el WC de la Casa de Nari?
La resistencia de pueblos como Tauramena, (Casanare) y Piedras (Tolima), no es caprichosa. Están hastiados de ver mantos de peces muertos en los ríos y mamados de respirar un cielo tapizado de toxinas. Cuando ellos se anticipan a proteger la vida, usted Presidente, monta tercamente en sus vagones a las multinacionales de la muerte.
Declarar como inexistente “el tal” paro agrario contra los TLC y desconocer la legitimidad de “las tales” consultas populares, solo porque hacen oposición constitucional a su obsesiva política de vender el suelo patrio al dominio extranjero; es la señal propia de un gobierno sordo-ciego que disfraza de democracia la silla de la dictadura. En medio de la algarabía prenavideña ordena Santos a su ventrílocuo Cárdenas Santamaría, repartir mermelada en el Congreso y mutilar el derecho constitucional de la tutela. La orden presidencial es que en adelante, los jueces den el visto bueno a las tutelas, sí y solo sí, el Minhacienda confirma que el gobierno tiene plata. ¿Cuándo la ha tenido para los derechos fundamentales?
Menos plata para la salud y más para la tula de los favores reeleccionistas. Cero respeto a la voluntad popular y mil prebendas a las multinacionales mineras y petroleras, son las ecuaciones del presidente – candidato, autodenominado presidente de la paz, que hace trocillos la Carta Constitucional. En la lógica santista, lo legítimo constitucional es ilegal y toda arbitrariedad inconstitucional del gobierno es legítima.
De muchas guerras y masacres sin fin, da cuenta la historia de Colombia. No solo las fabricadas por la demencia de los grupos guerrilleros, paramilitares y los falsos positivos institucionales. En el inventario de víctimas deben registrarse los muertos por la negligencia en el sistema de salud, las víctimas de la metralla tipo TLC descargada sobre nuestros campesinos, pequeños y medianos empresarios; las víctimas del sistema financiero ahorcados con la soga de sus sueños viviendistas, las víctimas por envenenamiento de las fuentes de agua. Sin diferencia alguna todos somos víctimas de un gobierno y un sistema victimario que por siempre ha desconocido la Constitución Nacional y como sepulturero de la esperanza decreta actas de defunción a los sueños civilistas de 1991.
La verdadera paz, Presidente, es conquistar un estado de bienestar asociado a la integralidad de las funciones vitales. El espíritu de las grandes movilizaciones y consultas populares en defensa del agua – plurales, diversas y pacíficas – son el mensaje de una sociedad inteligente y valerosa que ha aprendido a congregarse en defensa de la vida.
Está cerca usted, Presidente, de conseguir el anhelado Premio Nobel de la Paz. Si Obama lo ganó, lanzando ojivas contra el Medio Oriente, nadie podrá desconocer la potencia destructora de sus misiles, punta de cianuro, tierra – agua, disparados desde un tren en marcha. El terrorismo ambiental promovido por el gobierno, los uribeños y la camada corrupta liberal – conservadora, sumado al aniquilamiento constitucional, ponen a Colombia como país náufrago, sin bitácora, condenado al azaroso destino de sálvese quien pueda.
No puede haber paz, con una constitución mutilada y pisoteada por el propio jefe de Estado.
No puede haber paz, si los arrozales están marchitos por el glifosato, los arroceros masacrados por los precios y el plato de arroz esquivo en la mesa de los colombianos pobres.
No puede haber paz, si el río de la Magdalena y sus afluentes son la gran cloaca de la peste petroquímica.
No puede haber paz, si la gamagrafía del cielo paramuno exhibe puntos rojos y presagia lluvia ácida sobre nuestras cabezas.
No puede haber paz, si el cáncer ecocida avanza sobre la espina dorsal de nuestras llanuras y cordilleras.
No puede haber paz, si los indicadores de crecimiento – la farsa estadística – están soportados en una vulgar econometría de la muerte.
La paz, Presidente, no es la retórica de los engaña-pingos. La paz es el estadio supremo del espíritu humano reconciliado con las fuentes primigenias de la vida.
Señor Presidente: en guerra con el agua y el medio ambiente, usted podrá pasar a la historia como el presidente de la paz… de los sepulcros, pero jamás como el sembrador de la vida, el pan y las espigas.
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